Hace poco quise mostrar mi gratitud a un profesor con la siguiente frase "Cuando la enseñanza es brillante se ilumina el camino del aprendizaje, gracias por iluminar mi trayecto". Y es que durante nuestra vida nos encontramos con gente fantástica que ilumina nuestra senda.
Imagino que nuestros faros más importantes son nuestros padres, que guían nuestros primeros pasos y que no dejan de hacerlo, aún en ausencia, hasta el día que nos morimos. ( ¿Verdad Betty?)
La historia está llena de gente excepcional en múltiples facetas, y si bien me gusta mucho leer sobre personajes que han dejado huella en la humanidad soy de los que disfruta con lo que yo llamo los héroes cotidianos... esas personas anónimas, que no serán recordadas en ningún libro, ajenas a los ojos de los medios de comunicación pero que dejan una huella imborrable en uno, incluso los hay que te prestan su luz para que brilles tú mientras ellos quedan ocultos entre bambalinas.
A veces basta con un gesto, otras es su día a día lo que te engancha, otras tienen la capacidad de hacerte sentir bien con su mera presencia, a veces es una combinación de factores, el caso es que hay gente que te marca.
Lo más curioso de este tipo de personas es que suelen llegar por casualidad, un accidente afortunado hace que las conozcas, y una vez las conoces ya no quieres dejar de tener contacto con ellas. Te hacen crecer, te hacen ser mejor y disfrutas compartiendo momentos de tu vida en su compañía.
Y es por ello que me gusta recordar esta pequeña historia que hoy comparto con vosotros:
Zul no era un niño normal, había nacido con una característica muy poco común, Zul no proyectaba sombra.
Esa cualidad le había llamado la atención desde que tenía uso de razón y aunque no le llegaba a perturbar le producía una curiosidad incómoda.
Avergonzado, por lo que él creía un defecto, nunca se atrevió a comentarlo con nadie.
Recordaba los primeros juegos con sus compañeros de clase, cuando en los ratos de ocio salían al patio a ver quien era capaz de pisar la sombra del otro. En este juego Zul tenía una ventaja sobre los demás, no debía evitar que nadie le pisara su sombra, sin embargo se dió cuenta que cuánto más corría detrás de la sombra de alguien más parecía alejarse ésta de él.
Zul no sólo no tenía sombra sino que las sombras de sus compañeros parecían rehuírle. ¡Nunca pudo ganar el juego! por mucho que se esforzaba el reto se tornaba en imposible; aún así recordaba como disfrutaban él y sus amigos de aquella rutina para pasar el rato.
Zul creció sintiéndose afortunado, todo lo que le rodeaba le parecía radiante y sólo el misterio de su extraña cualidad parecía contrariarle.
Un día, mientras pensaba en el por qué de su particularidad, su abuelo se acercó a él:
- ¿Qué te perturba Zul?
- Nada abuelo ¡¡¡estoy bien!!! - contestó el chaval
- ¿Seguro que no quieres compartirlo conmigo?
Quizá porque su abuelo era una de las personas que más quería en el mundo, quizá porque estaba cansado de cuestionarse algo para lo que no encontraba respuesta ó quizá por puro azar Zul se atrevió a comentarlo con su abuelo
- Verás abuelo, siempre me he sentido un poco extraño, no entiendo por qué yo no tengo sombra y, para colmo, las sombras de los demás parecen no querer estar en contacto conmigo, y la verdad.. ¡¡¡no lo entiendo!!! ¿ por qué no puedo ser un niño como los demás ?
El abuelo se acercó para abrazarlo y esbozando una sonrisa que expresaba todo el amor del mundo le dijo:
- Zul, no te voy a engañar, nunca podrás ver tu sombra, más eso no debe preocuparte en absoluto.
- ¿Pero por qué abuelo?
- Mi querido Zul, porque eres tú quien irradia la luz de la que nos nutrimos los demás.
Nota: Dedicado a todos los que servís de luz inspiradora en otros.
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