Manos que ayudan



Hace tiempo, leyendo "El trabajo dignifica y cien mentiras más" de Juan Mateo, me encontré con una crítica a la frase "Uno se hace a sí mismo" resumida en el subtítulo del capítulo "Después de que los demás le ofrezcan toda la información de como puede hacerse".

Con el tiempo, y apoyado en esa frase, me he dado cuenta de que somos la consecuencia, no sólo de nuestro esfuerzo y nuestras acciones, sino también de todo cuanto nos rodea, no podríamos ser lo que somos sin todo lo que hemos vivido (sea bueno o malo), sin las enseñanzas de los demás o las aprendidas por nosotros mismos por situaciones en las que nos han puesto otros; sin la confianza que en algún momento alguien depositó en nosotros, o sin las trabas que otros pusieron en nuestro camino.

En baloncesto el mvp (jugador más valorado) de un partido no podría serlo sin las acciones y sacrificio de sus compañeros, sin sus bloqueos, sus defensas, sus asistencias... la trayectoria del jugador "estrella" de un equipo está condicionada por su trabajo y su talento pero también el trabajo de sus compañeros en los entrenamientos y la oposición que le ponen sus rivales en los partidos.

Generalmente para que uno pueda destacar otros tienen que hacerlo un poco menos (en baloncesto lo llamamos la ocultación de talentos), no todos pueden tener el mismo rol... aunque esos roles pueden ir cambiando con el tiempo.

Incluso para que yo pudiera jugar a mis deportes favoritos alguien tuvo que hacer sacrificios, mis padres... ya sea porque tenían que llevarme a entrenar o porque tenían que ganar el dinero con el que podía coger el bus para hacerlo (amén de otros múltiples sacrificios nunca lo suficientemente valorados por quienes nos hemos beneficiado de ellos); sé que lo de los padres es otra historia, generalmente la mayor satisfacción de un padre es ver felices a sus hijos y están dispuestos a cualquier cosa para que así sea.

Seguro, que como a mí, se os ocurren miles de ejemplos del esfuerzo y sacrificio de otros por los que ahora sois lo que sois... y hay una historia fantástica que me gusta leer para recordarme que mis éxitos, además de por mi trabajo, han estado precedidos por los sacrificios de otros, esta historia no es un cuento, pese a que la he leído en "La vida viene a cuento" de Jorge Bucay:

Nadie triunfa solo:

Durante el siglo XV, en una pequeña aldea cercana a Nuremberg, vivía una familia con 18 niños. Para dar de comer a su familia el padre trabajaba casi 18 horas diarias en las minas de oro. A pesar de las condiciones tan pobres en las que vivían, dos de los hijos de Albrecht Durer tenían un sueño. Ambos querían desarrollar su talento para el arte, pero bien sabían que su familia jamás podría pagar sus estudios en la Academia. Después de muchas noches de conversaciones, llegaron a un acuerdo. Lanzarían al aire una moneda. El perdedor trabajaría en las minas para pagar los estudios al que ganara. Al terminar sus estudios, el ganador pagaría entonces los estudios al otro con las ventas de sus obras, o como bien pudiera. Así lo hicieron, y Albretch Durer ganó y se fue a estudiar a Nuremberg.

Albert comenzó un período de cuatro años de peligroso trabajo en las minas para sufragar los estudios de su hermano que, desde el primer momento, fue toda una sensación en la Academia. Los grabados de Albrecht, sus tallados y sus óleos llegaron a ser mucho mejores que los de muchos de sus profesores y, en el momento de su graduación, ya había comenzado a ganar considerables sumas con las ventas de su arte. Cuando el joven artista regresó a su aldea, la familia Durer se reunió para una cena festiva en su honor. Al finalizar la memorable velada, Albrecht se puso de pie en su lugar de honor en la mesa, y propuso un brindis por su hermano querido, que tanto se había sacrificado para hacer realidad sus estudios. Sus palabras finales fueron:

- Y ahora, Albert, hermano mío, es tu turno. Ahora puedes ir tú a Nuremberg a perseguir tus sueños, que yo me haré cargo de ti.

Todos los ojos se volvieron llenos de expectativa hacia el rincón de la mesa que ocupaba Albert, quien, con el rostro empapado en lágrimas, movía la cabeza mientras murmuraba una y otra vez "No, no, no...". Finalmente, Albert se puso de pie, miró por un momento a cada uno de aquellos seres queridos y se dirigió luego a su hermano, y poniendo su mano en su mejilla dijo suavemente:

- No, hermano, no puedo ir a Nuremberg. Es muy tarde para mí. Cada hueso de mis dedos se ha roto al menos una vez, y la artritis de mi mano derecha ha avanzado tanto que hasta me costó trabajo levantar la copa durante tu brindis... Mucho menos podría trabajar con delicadas líneas de compás o el pergamino y no podría manejar la pluma ni el pincel. No, querido hermano, para mí ya es tarde.

Han pasado más de 450 años. Hoy en día los grabados, óleos, las acuarelas, tallas y demás obras de Albrecht Durer pueden ser vistos en museos de todo el mundo, pero la mayoría de las personas sólo recuerda uno. Un día, para rendir homenaje a su hermano Albert, Albrecht Durer dibujó sus manos maltratadas, con las palmas unidas y los dedos apuntando al cielo. Llamó a esta poderosa obra simplemente Manos, pero es conocida en todo el mundo como Manos que oran.

Nota: A la memoria de Suso Couso. Descansa en paz querido Suso. Nunca te olvidaré.


  
  
  

Comentarios (4) -

  • Me encantó y me inspiró.
    Nos forjamos gracias a lo que compartimos con los demás.
  • Joder, Jota, éste no lo conocía y me ha emocionado (Sí, aunque No lo parezca, uno también tiene su corazoncito).
    Salud-Salut-Saúde y devuestrobasket.com
    • Me alegro que te guste Tico, y que este relato te emocione es lo más normal, en mi opinión, hay que ser un poco insensible para no emocionarte con él.

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