Soy consciente que las normas son importantes para el buen funcionamiento de un grupo; y en todo grupo hay uno o varios responsables de hacer cumplir esas normas, en la familia suelen ser los padres, en una empresa los directores, en un equipo el entrenador, etc...
Como entrenador me ha tocado hacer cumplir las normas en muchas ocasiones, unas veces lo he hecho convencido, otras no tanto, y en muchas ocasiones he decidido hacer excepciones a la norma que más tarde han podido provocar muchos, pocos o ningún problema.
Imagino que las normas y leyes se redactan en un momento determinado con el fin de poner orden en situaciones de posible conflicto o para evitar un problema, y al hacerlo lo hacemos en un contexto concreto, en unas circunstancias particulares.
Y ocurre que, cuando tenemos que hacer cumplir las normas, a veces pensamos que lo más fácil es simplemente hacer cumplir la letra de la norma, porque así nos quitamos de cualquier responsabilidad de interpretación; todos sabemos a que atenernos cuando pasamos a formar parte de un grupo sujeto a unas normas que aceptamos... Nada más lejos de la realidad, aplicar la norma sin reconocer un contexto muchas veces nos lleva a un sentimiento de remordimiento, porque hay situaciones en las que aplicando la norma no estamos siendo justos y lo sabemos.
Por otro lado, cuando reconociendo un determinado contexto creemos actuar con equilibrio y justicia haciendo una excepción a la norma, resulta que podemos estar poniendo las bases para que alguien pida el mismo trato con respecto a la misma cuando incurra en un acto similar, pues el implicado no atenderá al contexto (probablemente distinto) sino al hecho; y para él será injusto un trato diferente al anterior.
Y en este dilema nos manejamos constantemente al aplicar las normas. Algunos para calmar su conciencia van añadiendo distintas excepciones a la propia norma, sin darse cuenta que por muchos eximentes que añadan por escrito jamás podrán abarcar todas las posibles situaciones que se puedan dar.
Y ésta es una de las capacidades del intelecto humano, ser capaz de discernir según el contexto, de tomar decisiones atendiendo a lo que rodea al hecho en sí, y no sólo al hecho en sí mismo, aislado de todo.
Al final, sabiendo que haga lo que haga alguien podrá criticar y argumentar que no soy justo en la interpretación de las normas, y que darán igual todas las explicaciones que dé, trato de tomar decisiones desde la bondad (hacia el individuo o hacia el grupo) y haciéndolo lo mejor que sé con mi conocimiento actual (analizando el contexto).
Y cuando tengo la tentación de olvidarme del contexto, suelo recordar esta historia, aunque la misma me recuerde que no siempre el análisis del contexto me lleve a tomar la mejor decisión... más no puedo hacer (¡¡¡ o eso creo !!!):
El semáforo se puso amarillo justo cuando él iba a cruzar en su automóvil y, como era de esperar, hizo lo correcto: se detuvo en la línea de paso para los peatones, a pesar de que podría haber rebasado la luz roja, acelerando a través de la intersección.
La mujer que estaba en el automóvil detrás de él estaba furiosa. Le tocó la bocina por un largo rato e hizo comentarios negativos en alta voz, ya que por culpa suya no pudo avanzar a través de la intersección, y para colmo, se le cayó el celular y se le corrió el maquillaje.
En medio de su pataleta, oyó que alguien le tocaba el cristal del lado. Allí, parado junto a ella, estaba un policía mirándola muy seriamente. El oficial le ordenó salir de su coche con las manos arriba, y la llevó a la comisaría donde le revisaron de arriba abajo, le tomaron fotos, las huellas dactilares y la pusieron en una celda.
Después de un par de horas, un policía se acercó a la celda y abrió la puerta. La señora fue escoltada hasta el mostrador, donde el agente que la detuvo estaba esperando con sus efectos personales:
- Señora, lamento mucho este error. - le explicó el policía -
- Le mandé bajar mientras usted se encontraba tocando la bocina fuertemente, queriendo pasarle por encima al automóvil del frente, maldiciendo, gritando improperios y diciendo palabras soeces. Mientras la observaba, me percaté que de su retrovisor cuelga un Rosario, su coche tiene una calcomanía que dice -Jesús es mi compañero-, su tablilla tiene un borde que dice -Ama a tu prójimo-, en otro lado leí -Sígueme el domingo a la Iglesia- y, finalmente, el emblema cristiano del pez. Como es de esperar, supuse que el auto era robado!!!.
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