Las galletitas


A lo largo de mi vida he leído muchas definiciones de éxito, las más obvias tienen que ver con el resultado obtenido por nuestras acciones (ganar un partido, conseguir una venta, etc...), otras tienen que ver con el esfuerzo o la pasión que ponemos en conseguir el objetivo más que en la consecución del objetivo en sí... así John Wooden definía el éxito como "la paz interior alcanzada sólo a través de la autosatisfacción de saber que realizaste el esfuerzo de hacer lo mejor de lo que eres capaz"; hace poco leí una definición de éxito ( y siento no recordar dónde) que es la que más me gusta para este momento de mi vida... decía algo así como "El éxito es actuar siempre conforme a tus valores", qué fácil suena y qué difícil al mismo tiempo, qué difícil actuar conforme a tus valores cuando lo único que recibes son críticas de los demás... ¿verdad? Sin embargo he descubierto a lo largo de mi vida que traicionar tus valores puede darte la satisfacción momentánea por evitar la crítica de cierto entorno, pero hay una crítica de la que nunca podrás evadirte, la de tu conciencia... esa te persigue siempre.

Lo curioso del caso es que tememos ser juzgados y al mismo tiempo juzgamos, y todo juicio está basado en nuestras creencias, en nuestros prejuicios, en nuestros paradigmas,etc.. y no nos damos cuenta que éstos pueden no tener nada que ver con las creencias, prejuicios y paradigmas de la persona criticada; que la realidad que nosotros percibimos puede no tener nada que ver con la realidad que percibe el otro.

Y hay un cuento que me hace recordar todo lo expuesto, como casi siempre es de Jorge Bucay...espero que os guste como a mí.

Galletitas

A una estación de trenes llega una tarde, una señora muy elegante. En la ventanilla le informan que el tren está retrasado y que tardará aproximadamente una hora en llegar a la estación.

Un poco fastidiada, la señora va al puesto de diarios y compra una revista, luego pasa al kiosco y compra un paquete de galletitas y una lata de gaseosa.

Preparada para la forzosa espera, se sienta en uno de los largos bancos del andén. Mientras hojea la revista, un joven se sienta a su lado y comienza a leer un diario. Imprevistamente la señora ve, por el rabillo del ojo, cómo el muchacho, sin decir una palabra, estira la mano, agarra el paquete de galletitas, lo abre y después de sacar una comienza a comérsela despreocupadamente.

La mujer está indignada. No está dispuesta a ser grosera, pero tampoco a hacer de cuenta que nada ha pasado; así que, con gesto ampuloso, toma el paquete y saca una galletita que exhibe frente al joven y se la come mirándolo fijamente.

Por toda respuesta, el joven sonríe... y toma otra galletita.

La señora gime un poco, toma una nueva galletita y, con ostensibles señales de fastidio, se la come sosteniendo otra vez la mirada en el muchacho.

El diálogo de miradas y sonrisas continúa entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, el muchacho cada vez más divertido.

Finalmente, la señora se da cuenta de que en el paquete queda sólo la última galletita. " No podrá ser tan caradura", piensa, y se queda como congelada mirando alternativamente al joven y a las galletitas.

Con calma, el muchacho alarga la mano, toma la última galletita y, con mucha suavidad, la corta exactamente por la mitad. Con su sonrisa más amorosa le ofrece media a la señora.

- ¡Gracias! - dice la mujer tomando con rudeza la media galletita.
- De nada - contesta el joven sonriendo angelical mientras come su mitad.

El tren llega.

Furiosa, la señora se levanta con sus cosas y sube al tren. Al arrancar, desde el vagón ve al muchacho todavía sentado en el banco del andén y piensa: " Insolente".

Siente la boca reseca de ira. Abre la cartera para sacar la lata de gaseosa y se sorprende al encontrar, cerrado, su paquete de galletitas...  ¡Intacto!


  
  
  

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