Hace dos veranos tuve la suerte de poder dirigir a la selección nacional U18 de baloncesto y disputar el Campeonato de Europa de Selecciones en Letonia; recuerdo que tras acabar segundos del primer grupo (tras ganar dos partidos y perder frente al anfitrión en un partido muy igualado) debíamos enfrentarnos a Inglaterra, Croacia y Turquía.
El grupo comenzó con el partido frente a Inglaterra, una selección, a priori, inferior a nosotros, pero como en deporte todo puede ocurir resultó que, tras controlar el partido de forma holgada, los ingleses forzaron la prórroga y nos ganaron; lo malo es que nuestras posibilidades de clasificación para cuartos de final pasaban por ganar a Croacia y a la todopoderosa Turquía (a la postre campeona de Europa)... y ¿Qué tenía de especial ganar a Croacia?, pues que, además de ser una de las favoritas al título, era una selección a la que nuestra generación de jóvenes nunca había podido derrotar pese a haberse enfrentado en numerosas ocasiones; sabía que había cierta psicosis con Croacia, teníamos la creencia de que era "imposible" derrotarles (esa misma sensación la había tenido yo en otras circunstancias de mi vida deportiva con otros equipos)... cuando llegamos al hotel, tras la derrota con Inglaterra, nos dirigimos a cenar y al terminar reuní a los jugadores en una sala, allí les conté este cuento de Jorge Bucay que, a mí, me había ayudado en incontables ocasiones...ni una palabra más, sólo el cuento y nos despedimos hasta la mañana siguiente.
Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de su peso, tamaño y fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.
Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.
El misterio es evidente:
¿Qué lo mantiene entonces?
¿Por qué no huye?
Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapa porque estaba amaestrado.
Hice entonces la pregunta obvia:
Si está amaestrado ¿por qué lo encadenan?
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.
Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca... y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.
Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta:
El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.
Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca.
Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo.
La estaca era ciertamente muy fuerte para él.
Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía...
Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a sus destino.
Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no escapa porque cree,pobre, que NO PUEDE.
Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer.
Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro.
Jamás... jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez...
Ganamos a Croacia de 8, y un día después a Turquía, clasificándonos para cuartos de final... En ese Europeo logramos una medalla de bronce, pero yo me llevé (además de un esguince de tobillo) un hermoso elefante de peluche que hoy luce en mi "sala de trofeos" y que fue el regalo que esos jóvenes me hicieron al finalizar el campeonato.
Nota: Dedicado a todos los que formaron aquella selección y a todos los que en su vida siguen poniendo a prueba su fuerza cada día.